viernes, 29 de agosto de 2008

La casa habitada


Hoy por la tarde ha vuelto a llamar. Descuelgo y me dice:
—No podemos continuar así.
Yo le digo que bien, que está bien, que vale. Ella me repite:
—No podemos continuar así.
Yo le digo que bien, que lo que ella diga, que me parece todo bien.
Ella me dice que será mejor que lo dejemos. Yo le respondo que está bien. Que lo que ella considere oportuno.
——No podemos continuar así, no, no. Dejémoslo y ya está.
Yo le digo que bien. Al otro lado del teléfono ella llora. Deja caer el auricular. Oigo unos pasos decalzos que se alejan y el ruido de los coches. A lo lejos oigo que grita: «¡Misi, baja de ahí!». Es una orden, con ese tono que solo se usa cuando se habla a los gatos. Al rato vuelve.
—Me preparé un té —dice. Yo le digo que bien.
—Debo dejar de tomar té, porque me pone más nerviosa. —Yo asiento.
—Me siento tan vacía ahora. Hueca. Hueca como todo eso que está hueco por dentro —dice mientras se suena la nariz—. Estoy tan hueca que ya se me fueron hasta las palabras.
Silencio. Un largo silencio.
—Es té verde —me dice. Yo le digo que bien.
Otro rato largo de silencio.
—Estoy hueca —me dice—. Y siento unos calambres aquí en el estómago. Aquí, en la boca del estómago, que no me dejan respirar. Hueca y tristísima.
Yo escucho, callado, mientras miro la unión del papel pintado de la pared.
—Debo colgar —me dice. Cuelga. Yo cuelgo también y me siento raro. Ha llamado más de veinte veces en lo que va de semana, no la conozco de nada pero no sé de qué manera hacerle entender que se ha equivocado de número. Voy al servicio. Orino. Tiro de la cadena y vuelve a sonar el teléfono. Descuelgo.
—¿Estás ahí?
—Sí, aquí estoy.
No sé cómo decirle que se ha equivocado de número y me preocupo pensando que cuando deje de llamar la voy a echar de menos.
—¿En qué piensas?
—En nada, en nada.
—No podemos continuar así.
Yo le digo que bien, que lo que ella diga.

La foto es de Lewis Wickes Hine. Thompson Street, Nueva York, 1912. Es la casa de una familia que trabajaba haciendo flores artificiales. En la puerta, una mujer asoma la cabeza y su hijo sale movido como las sábanas del segundo piso.

martes, 26 de agosto de 2008

Sobre las sangrías

Es posible que alguna vez ustedes se hayan preguntado qué significa ese espacio en blanco denominado «sangría de inicio de párrafo». Es un espacio en blanco, a veces más ancho, otras veces más estrecho, que se ve en la mayoría de los libros. Si se lo han preguntado alguna vez, ustedes me responderán: es el espacio que marca el inicio de un párrafo. Bien, así es, pero hoy les voy a contar cómo nació. Si ya lo saben, vayan a otra entrada. En la época de los incunables (del inicio de la imprenta hasta principios del siglo XVI), los impresores solían imprimir los libros a una o dos tintas, negro y rojo. El negro se utilizaba para el texto corrido y el rojo para esas capitulares que quedaban tan chulas al inicio del capítulo y para los calderones. Ahora bien, imprimir a dos tintas salía más caro que imprimir a una tinta (y mezclar tipos de metal para el texto corrido con tipos especiales de madera o de metal para motivos grandes era una puñeta) y algunos impresores decidieron dejar un espacio en blanco para que el comprador, si le apetecía y tenía dineros para gastar, a la vez que encargaba la encuadernación del libro a un artesano, mandara a un amanuense que le pintara esas letras capitulares y esos calderones a mano. En algunos casos, el impresor marcaba la letra en pequeño, al tamaño del texto corrido, a veces usando una cursiva, como chivato de la capitular que debía pintar el amanuense, no fuera a equivocarse y pusiera la letra que no era. El amanuense pintaba sobre ella su capitular, más o menos floreada y santas pascuas. Y quedaba tan bonito. Con el tiempo, esas capitulares artísticas y esos calderones (tan cómodos para marcar el inicio de un párrafo cuando se componía a renglón seguido) fueron quedando en desuso y al final se decidió que esos espacios en blanco eran algo bastante cómodo para guiar al lector. Ahí nació la sangría de inicio de párrafo: del espacio que se dejaba antiguamente para pintar la capitular de inicio del libro o de inicio de un capítulo y de los espacios para los calderones. Espacios que, por cierto, al inicio de un libro o de un capítulo, no es conveniente dejar, pues como es el inicio de un texto y no hay nada escrito antes (salvo el título del capítulo, por ejemplo, que destaca y suele colocarse centrado), no hace falta señalar nada (pero en algunos libros de ahora se les olvida y ponen esa sangría de inicio. En ese caso hay que ir corriendo a buscar al que ha hecho la pifia y, placa, meterle una buena colleja, que si no no aprenden. Sangría al inicio de un texto: colleja, sangría al inicio de un texto: colleja, sangría al inicio de un texto: colleja).
Otro día hablaremos de la sangría francesa que, al contrario de la manicura del mismo nombre, que es bonita y elegante y da aspecto de señora limpia a la que la utiliza, es la sangría más horrorosa que hay en el planeta. Las personas que utilizan la sangría francesa suelen ser unos seres humanos sin sentimientos y solo con paciencia y comprensión se les puede ir guiando para que vuelvan a los párrafos compuestos como dios manda: o con sangría en la primera línea o sin sangría y con espacio entre párrafos (sangría francesa: colleja, sangría francesa: colleja, sangría francesa: colleja).

En la foto: página de la Suma de la art de arismètica de Francesc Santcliment, publicada en Barcelona por Pere Posa en 1482. En ella verán que a la izquierda de la capitular roja hay una «a» impresa que sirvió al amanuense como «chivato». Las demás marcas rojas son los calderones, que se utilizaban para marcar el inicio de párrafo cuando se componía a renglón seguido.

domingo, 24 de agosto de 2008

Harry Whittier Frees


Es posible que al fotógrafo Harry Whittier Frees nunca se le pasara por la cabeza que sus fotografías de perritos y gatitos vestidos como humanos iban a provocar pesadillas, terrores nocturnos, angustia vital, sequedad en la boca, temblores, palpitaciones y ansiedad persistente en varias generaciones de seres humanos. Harry Whittier Frees (Reading, Pennsylvania,1879- Florida,1953) comenzó su carrera de forma fortuita: durante una fiesta, un sombrerito cayó en la cabeza de su gato, Harry vio que quedaba gracioso eso de ver un gatito con sombrero de fiesta y le tiró una foto. Ese fue el comienzo de una larga y próspera carrera fotografiando cachorros de perro, gatos, cochinillos, pavos y conejos vestidos con trajecitos que confeccionaba su madre. Harry Whittier Frees publicó sus obras en tarjetas postales, calendarios, anuncios publicitarios, revistas y libros infantiles, de los que se encargó también de escribir los textos. Informados de la muerte del fotógrafo, la comunidad de cachorros de animales celebró una gran fiesta con cientos de platitos de leche templada, pasteles de arándanos caseros, huesos de ternera cocidos con su tuétano, zanahorias tiernas y todo tipo de viandas que hicieron las delicias de todos los comensales.

En la foto, Harry Whittier Frees posa junto a un perro vestido de bruja.

sábado, 23 de agosto de 2008

Pero no todo va a ser alegría


El caballo «Prince Albert» resolviendo una operación matemática ante una niña con vestido acampanado que lo señala con gesto adusto. Fotografiado en el Studio Brown, Riverside, Aprox. 1909.

Cascos antiguos enciclopédicos y chicas guapas


Mi amigo Javier escribe una bonita entrada en su blog sobre, entre otras cosas, las ilustraciones de los diccionarios. Oigan, debo confesar que servidor también ha sido un ávido observador de ilustraciones de diccionarios. Amé esas ilustraciones en mi infancia porque para mí eran «la verdad» (yo pensaba de crío que tras esos dibujos había un ilustrador muy ilustrado, que dibujaba con su plumilla con veinte señores serios con bigotes, perilla y monóculos que le decían «así», «así no», «el mandoble un poco más largo», «esa jarretera, que se vea más pomposa y con la hebilla más brillante», «ese perfil griego, que parezca más griego, quítale el puente interocular». La realidad posiblemente sea otra: dibujantes de oficio, cobrando poco o menos que poco por ilustración y sacando información de alguna foto mala o, en su defecto, de una ilustración anterior, que a su vez se alimentaba de un dibujo de un dibujo de un dibujo de una versión de un dibujo de un dibujo de una versión de un dibujo de un dibujo que hizo un biólogo o egiptólogo que tenía buena mano para copiar al natural. Es hermoso pensar en todo eso. En verdad, creo que una buena parte de mis pensamientos los he gastado en pensar cómo sería la vida de esos señores dibujantes que trabajaban haciendo ilustraciones para enciclopedias. Los imagino saliendo de la editorial con una carpetilla llena de papeles con indicaciones para dibujar un quinqué, un ábaco, una columna dórica o un elefante africano y luego, en sus casas, trazando, primero a lápiz y luego con la plumilla, absolutas «verdades». Esas verdades que sólo nos ofrecen las enciclopedias cuando somos unos críos ávidos de saber más cosas que los kilómetros que hay entre una ciudad y otra o el enigma de la fotosíntesis. Así, a veces los elefantes africanos son más hermosos dibujados, con esas orejas enormes, que los que vemos en las fotos; y los cascos romanos mucho más claros que los que sacan de los yacimientos, chafados como latas de conservas; y los capiteles de las columnas dóricas, mucho más definidos que los que ves en vivo, ahí tan altos. Es esa forma extraña de mirar que nos dan las enciclopedias y que no perdemos durante toda la vida a no ser que nos convirtamos en perfectos adultos como dios manda. Objetos exentos expuestos, quietos, para su contemplación, su observación al detalle. Luego, la vida real es otra cosa, y el elefante africano de la foto tiene al domador delante, o el ábaco se ve borroso, o el quinqué tiene delante un pastillero que tapa buena parte de la base, que se imagina, pero no se llega a ver; y uno descubre que además de ese conocido punto ciego de visión tiene una otra cosa extraña que le ayuda a delimitar en la memoria esas formas que no hemos visto completas y que aquí, en la memoria, retenemos, igual gracias a esos dibujos de las enciclopedias, de forma purísima). Y como Javier pone una lámina de cascos en línea, yo voy a poner una foto de mozas en línea, que demuestra que las chicas de 1927 eran mucho más saladas, más guapazas, más pizpiretas y más variopintas que las mises de ahora (vale, bien, la que tiene una banda que pone «News», la cuarta después del señor con bigote blanco de la primera fila, es de mis favoritas, por ese peinado y esa cara de malaza que tiene. Qué peligro tiene esa mujer, con ese pelazo, esa pose de mujer fatal y esos zapatacos. Ay, qué peligro).

martes, 19 de agosto de 2008

Un suceso asombroso


Un joven internauta de Decatur (Illinois) halla la efigie de Monseñor Escrivá de Balaguer cuando navegaba en un mapa interactivo de Internet sobre el norte de Montreal (Canadá). El muchacho, de catorce años, Matthew Peaches, fue el primero en sorprenderse al descubrir la imagen, que se muestra con gran nitidez y detalle: «estaba buscando el mapa de carreteras de Montreal cuando de pronto me encontré con el rostro de un hombre con gafas, pelo abrillantado y vestido como los antiguos. Corrí a buscar a mi familia y cuando lo vieron ellos no se lo creían». Matthew Peaches reconoció la efigie del fundador del Opus Dei gracias a una curiosa coincidencia «Este verano viajé a España con mis hermanos para visitar a unos familiares que viven en un pequeño pueblecito del Estado Español y daba la casualidad de que tenían en el living un cuadro enorme con una foto de esta persona. Allí en España es muy común que tengan en alguna pared de sus casas el retrato de este religioso; en casi todas las casas puede verse, pues son muy devotos suyos. Cuando vi el mapa en internet me dije "¡Caramba, pero si es la imagen del hombre del cuadro de los primos españoles!" y corrí al celular para preguntarles por el nombre de este señor». Matthew Peaches aún no da crédito a su hallazgo, «ustedes los reporters me preguntan y yo no sé bien contestarles, pues no sé si se debe a un milagro o a un efecto óptico formado por las sombras que crea la geografía de Canadá, como me indicó un experto en fotografía digital». «He enviado la imagen a un conocido programa de la TV por cable para que la analicen, pero aún no recibí respuesta de ellos». El joven Matthew se confiesa creyente y declara «No me gustaría que bromearan con este asunto, pues mi corazón me dice que algo así no puede ser pura casualidad sino más bien una prueba más de la obra de Dios sobre el ancho y alto de nuestro planeta», mientras nos muestra orgulloso una ampliación en plotter del mapa, que luce colgada en una pared de su habitación.

Un chiste lombrosiano


Tres personas en un despacho esperando que llegue el examinador que va a hacerles la prueba para ingresar en el cuerpo de policía. Entra el examinador y les dice:
—Para pertenecer al cuerpo de la policía es muy importante que sean personas sagaces, con nervios de acero y con alta capacidad deductiva. La prueba a la que les voy a someter consiste en que yo les enseño una foto de un sospechoso durante tres segundos y ustedes tienen que decirme cómo lo identificarían, sirviéndose de sus capacidades de observación y de sus estudios sobre la obra de Cesare Lombroso.
El examinador saca una foto de una carpeta y la enseña al primer examinado.
—A ver ¿cómo reconocería a este sospechoso?
—Muy fácil —dice el examinado—, lo reconocería enseguida porque tiene un solo ojo.
—¡Hombre no! —dice el examinador—, lo que pasa es que en la foto que le he mostrado el sospechoso sale de perfil.
El examinador enseña la foto al segundo examinado.
—A ver, usted ¿cómo reconocería a este sospechoso?
—Ah, eso está chupado, señor policía examinador —dice el segundo examinado—, lo reconocería rápidamente porque el sospechoso tiene una sola oreja.
—¡Pero hombre de dios! —grita el examinador— ¿es que están todos tontos o qué pasa? ¿no ve que la foto que le muestro es el retrato de un hombre de perfil?
El examinador, aborrecido, enseña la foto al tercer examinado.
—A ver usted, que tiene cara de más espabilao ¿cómo reconocería a este sospechoso?
—A ver a ver... —dice el tercer examinado—, ¡ah, lo reconocería fácilmente porque el sospechoso lleva lentillas!
—¿Que lleva lentillas? —dice el examinador—, vaya, eso ya parece un dato deductivo interesante. Espere un momento, por favor.
El examinador se dirige al archivo policial, busca la ficha del sospechoso, comprueba los datos y vuelve al despacho sonriente.
—¡Bravo! —dice el examinador—, eso sí que ha sido una buena deducción. Efectivamente, he consultado su ficha policial y sí, el sospechoso utiliza lentillas. ¿Cómo ha llegado a esa conclusión?
—Fácil —responde el tercer examinado—, ese hombre no puede llevar gafas porque sólo tiene una oreja y un ojo ¿Se da cuen?

En la foto: ilustración lombrosiana que muestra los característicos rasgos del delincuente criminal. Debajo, Antonio Garisa y Tony Leblanc en el fotograma de una de sus películas, que si los ve Lombroso los mete a la cárcel a la voz de ya.

lunes, 18 de agosto de 2008

De cómo convertir una pechuga de pollo en un pulpo a feira con cachelos


Tome media pechuga de pollo limpia, sin piel, sin grasa y sin filetear, sálela y rebócela con pimentón dulce de la Vera. Cuando le digo que la reboce no le digo que le eche un poco de pimentón, le digo que la reboce a lo bruto, que quede toda la pechuga de color pimentón. Sin miedo. Ponga dos pucheros con agua a hervir, en uno cocerá unas patatas con un poco de sal y una hoja de laurel, en el otro, espere que le diga lo que debe hacer en el otro. Envuelva la pechuga con papel de aluminio. Bien envuelta, que quede lo más herméticamente cerrada posible, apriete bien el aluminio para que quede bien pegado a la pechuga. Cuando el agua esté en ebullición, eche la pechuga envuelta y mantenga la cocción durante unos 10-15 minutos. Corte las patatas en rodajas grandes y colóquelas en el fondo de un plato (si es de madera, le quedará más coqueto). Abre con cuidado el paquete de papel de aluminio y corte la pechuga en rodajas, como si fuera un embutido. Coloque las rodajas sobre las patatas, añádale sal gorda (o unas escamas de sal Maldon) y aceite de oliva virgen andaluz al gusto. Vale, bien, no será el mejor pulpo que hayan probado, pero hace ilusión y queda un plato sencillo y decente.

Preguntas más frecuentes:

Me da un poco de grima meter un paquete de papel aluminio a cocer ¿usted cree que eso es sano?
La verdad es que no lo sé, pero como vi a Eva Arguiñano el otro día en la tele preparando la receta con una pechuga de pavo me dije «pues vamos a probar», en todo caso, seguro que usted hace papillotes al horno de una forma parecida y no tiene tantos reparos. Pruebe a ver.

¿Está seguro de que sabe a pulpo una pechuga con pimentón?
Oiga, no del todo, la verdad. La textura del pulpo no la conseguirá de ninguna manera, pero recuerde que el pulpo con pimentón a lo que más sabe es a pimentón. La receta es una buena solución para personas que no disponen de un pulpo en casa y les apetece comer algo parecido a un pulpo, o personas alérgicas al pulpo, que también las hay, que tienen añoranzas de comer algo similar a un pulpo.

¿Está seguro de que sabe a pulpo una pechuga con pimentón?
Ya le he dicho que no, pero que la receta queda más que bien.

¿Está casado?
Tengo pareja estable, oiga.

¿Si le echo sal normal en lugar de sal gorda y aceite de girasol en lugar de aceite de oliva andaluz estropearé la receta?
Pruebe a echarle entonces pimentón picante, a ver si revienta de una vez con tanta pregunta.

¿Debería meter y sacar la pechuga de pollo del puchero con agua hirviendo cinco veces, como se hace con el pulpo?
No es necesario, lo de meter y sacar el pulpo cinco veces es para que no se le rompa la piel. A la pechuga de pollo, como no tiene piel, le da igual que la meta y la saque si quiere treinta veces, pero deberá controlar el tiempo de cocción, que será diferente.

¿Y esta receta no se parece a una hostelera antigua que era la de coger una cola de rape sin espina, recozarla en pimentón dulce y meterla al horno para que se pareciera a una langosta?
Sí señora, se parece a esa receta, sí. Para qué nos vamos a engañar.

Oiga, en este momento no tengo pimentón de la Vera ¿la receta quedará igual si rebozo la pechuga en pan rallado, como dios manda?
Haga lo que quiera, de verdad, pero igual no le va a quedar. Ya se lo aviso.

jueves, 7 de agosto de 2008

Grandes hechos del 8 del 8 de 2008

El siete de agosto del año dos mil ocho y con motivo de la alarma ante la noticia del encendido del Gran Colisionador de Hadrones de CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), situado en las dercanías de Ginebra (Suiza), para hallar el escurridizo bosón de Higgs y convertir a toda la humanidad en una especie de fideo chino con viaje gratuito a Suiza y así acabar formando parte de la masa de un enorme agujero negro, se produjo la Segunda Venida a la Tierra de Nuestro Señor Jesucristo, como venían anunciando varios grupos religiosos milenaristas desde hace varios años. Nuestro Señor Jesucristó apareció en la Tierra a las 20:35 h, en M., pedanía de V. de M., (España), durante la celebración de las fiestas del patrono de la localidad. Nuestro Señor Jesucristo se hizo carne en el centro del Pabellón de Fiestas, lugar en el que se celebraba en ese momento la Gala de presentación de las Reinas de las fiestas 2008. Al acabar el acto, Nuestro Señor Jesucristo siguió a los jóvenes del pueblo y contempló cómo se echaban vino y sangría sobre las camisetas blancas en la plaza del pueblo mientras coreaban el tema Paquito Chocolatero versión progressive-dance-mix, retransmitido a través de la megafonía colocada a tal efecto, para terminar con un encierro de vaquillas, por buena parte de las calles del casco viejo de la localidad. A continuación, Nuestro Señor Jesucristo presenció un colorido espectáculo de toro ensogado y fuegos artificiales. A las 23:45 h, Nuestro Señor Jesucristo tomó el micrófono preparado en el escenario móvil para la celebración de la verbena popular con la Orquesta Flashdance y dijo a todos los asistentes:
—He Venido, pero Me Vuelvo, La Humanidad aún no está preparada para Mi Segunda Venida. Ahora, os digo, esperad La Tercera Venida que, espero, Intentaré que no caiga en fiestas.
Tras la desaparición de Nuestro Señor Jesucristo, los asistentes celebraron tan ocurrente intervención y bailaron pasodobles, música ligera y numerosas canciones de disco dance europeo adaptadas, con mejor o peor fortuna, a la instrumentación de la orquesta.