jueves, 29 de mayo de 2008

Una anécdota de los Haldane de toda la vida

Al cabo de un rato llegamos a un lugar donde el techo estaba aproximadamente a unos dos metros y medio y, por tanto, un hombre podía ponerse de pie. Uno de los del grupo encendió su lámpara de seguridad. Ésta se llenó de una llama azul y a continuación se extinguió con una pequeña explosión. Si hubiera sido una vela hubiera desencadenado una detonación y probablemente habríamos muerto. Pero, por supuesto, la rejilla de la lámpara de seguridad mantuvo la llama en el interior. El aire próximo al techo estaba lleno de metano, o grisú, que es un gas más ligero que el aire, de modo que el aire que había a ras del suelo no era peligroso.
Para demostrar los efectos de respirar grisú, mi padre me dijo que me pusiese de pie y recitase el monólogo de Marco Antonio en el Julio César de Shakespeare que empieza: «Amigo, romanos, compatriotas». Pronto empecé a jadear, y aproximadamente al llegar a «el noble Bruto» mis piernas cedieron y me derrumbé en el suelo donde, por supuesto, el aire era bueno. De esta manera aprendí que el grisú es más ligero que el aire y que respirarlo es peligroso.


Narración de J.B.S. Haldane recordando cuando, de muchacho, acompañaba a su padre, J.S. Haldane, al fondo de las minas en sus investigaciones sobre los efectos de los gases tóxicos en los mineros. Aparece en el libro Eurekas y Euforias, de Walter Gratzer (Crítica, Barcelona, 2004), que es un libro muy divertido sobre anécdotas científicas (si no fuera por el dibujo de la portada, que echa para atrás, pues se parece a las portadas de los discos de Clásicos populares de TVE).

sábado, 24 de mayo de 2008

Las cajas de Ward

Es posible que, amado lector, alguna vez le haya tocado bajar las llaves del portal a su vecina anciana del piso de abajo y amablemente le haya ofrecido pasar hasta el recibidor; y es posible que se haya encontrado que sobre una mesa-estante de mármol con patas barrocas de madera reposa una especie de ampolla de cristal con flores secas, o flores de tela, o flores de plástico en su interior. Tras salir de la vivienda, es posible que se haya preguntado ¿por qué, señor, por qué los seres humanos meten flores secas, o de tela, o de plástico bajo una ampolla de cristal? Pues todo tiene su explicación, y como tiene explicación y me debo a ustedes, se la voy a dar. La ampolla o la caja de cristal con flores secas, de tela o de plástico que encontramos en la entrada de algunas viviendas, en locales de todo a un euro y en tiendas de regalos, es una versión kitsch de un invento que hizo furor a mediados del siglo XIX, la caja de Ward. El cirujano londinense Nathaniel Bagshaw Ward ideó una caja de cristal casi hermética que servía para albergar plantas naturales vivas durante largos periodos de tiempo. El sistema es sencillo: la humedad que las plantas transpiraban por el día rezumaba por la noche por la paredes del vidrio y rehidrataba el sustrato. Una pequeña abertura (relativamente pequeña para impedir que se colara la humedad del interior) facilitaba la entrada de dióxido de carbono y la salida de oxígeno y mantenía las plantas durante un tiempo lo suficientemente largo como para que la caja de Ward se convirtiera en un bonito y vistoso elemento decorativo que toda persona refinada de la época debía tener en su hogar. La caja de Ward tuvo muchos usos, y resultó muy útil durante la expansión comercial del imperio victoriano. Fueron utilizadas en los viajes transoceánicos para transportar de un continente a otro especies que no se cultivavan fácilmente a partir de semillas. Y bien, se puso de moda, y bien, las plantas duraban un tiempo, pero al final morían. Solución: plantas secas, de tela o de plástico dentro de una especie de caja de Ward. Cómodo, limpio y vistoso, y no se mueren.

viernes, 23 de mayo de 2008

Los estolones



Aprovecho que ha dejado de llover un rato para hacer foto y mostrar que he plantado los estolones con los palicos bendecidos por la blanca paloma. Bien, no se ven muy bien, pero si se fijan en el círculo de abajo a la derecha verán un palo. Ahí, ahí están los estolones. Ahora vamos a darles unos días para que se pongan más mozos. En primer plano, un manzano; a la izquierda, el minihuerto; al frente, fresas, fresones, hierbas aromáticas y una hierbabuena que está que lo peta. A la derecha, hiedra, madreselva, parra, y varias plantas de frutas del bosque. Faltaba la zarzamora sevillana. Ole ole.

jueves, 22 de mayo de 2008

Un caso sórdido


—Vengo a entregarme.
Catherine S. Meredith, la asesina más buscada en la década de los treinta de la ciudad de Circa, se presentó en la comisaría del distrito ocho con el pelo recogido en un moño alto, descalza y vestida con un camisón de lino blanco manchado de sangre y orina bajo un amplio abrigo de paño gris.
—Son esos bichos, comienzan a subir por mis pies bajo la piel, suben por mis rodillas, por mis muslos, por mi vientre, por mis brazos, y cuando llegan a mi cuello me ahogan, tengo que hacerlo, me piden que lo haga, me obligan a hacerlo y lo hago.
Catherine S. Meredith, temblando de frío, rodeando con las manos manchadas de sangre la taza de café caliente que le acababa de servir el comisario Jobs relató, uno tras otro, cada uno de sus asesinatos.
Catherine S. Meredith confesó que había acabado con la vida del senador republicano S. P. Henley la noche del 8 de febrero de 1928; del policía T. B. (8-4-29), del ama de llaves de la familia Ewing, S. M. (10-5-29); de dos enfermeras del hospital de San Andrés (22-1-30), del ilustre doctor S. Dowson (6-8-32), del conductor de tranvía T. Wratislaw (¿12-15?-10-33), del jugador de béisbol S. Browning (23-11-33); del constructor M. R. Heath y de su esposa S. Heath; de dos trabajadores de las minas (¿?) y, ese mismo día que se presentó en la comisaría, de su marido, Samuel Lewis Dobell.
—Con Samuel no me ha hecho falta que me subieran bichos ni nada. Era un mal hombre. Lo he matado en la cocina y luego me he sentido culpable. A éste lo he matado yo. Ahora tengo miedo.

miércoles, 21 de mayo de 2008


La muchacha con el talle exquisitamente ajustado por una amplia banda de brillante seda azul añil bordada con delicados dibujos de finísimo hilo de oro que representan con sumo detalle hermosos palacios imperiales melocotones en flor y pequeños ruiseñores trinando sobre sus nudosas ramas giró la cabeza hacia mí mostrando su cuello desnudo suave y blanco como los pétalos de la flor del loto al iniciarse el día. La muchacha giró la cabeza entornando los ojos y dijo «sí» y en ese fugaz pero intenso instante vislumbré sus preciosos dientes teñidos de negro tan negro como la negra laca de un jarrón en la oscuridad tan negro como una oscura y quieta noche de invierno sobre el monte Fuji tras apagar con el aliento la lumbre de un candil de aceite.

viernes, 16 de mayo de 2008

Señales divinas


Hoy me han ocurrido tres grandes coincidencias que demuestran que el Todopoderoso es un escarabajo. Por la mañana, Badil me habla de un cielo lleno de pelotillas y por la tarde, comprando en el Galerías Primero (que es como un Mercadona o como un Eroski pero de aquí) de un pueblo cercano (pues hoy era San I-si-dro y era fiesta aquí), y expresándole a mi señora excitadisísimo la importancia de que tengamos tres huesos en el oído en lugar de uno (como los reptiles) y que el Grandísimo es un escarabajo grandísimo, me ha nombrado al escarabajo pelotero. Primera coincidencia. La segunda, que Arkab, Badil y Koldo se refieren al escarabajo kafkiano; luego David dice que los del Real Zaragoza se ponen camisetas de escarabajo de la patata y, al poco, Javier me manda unas láminas preciosas de escarabajos; una de ellas, de un escarabajo de la patata bien gordo en su esplendor celestial. Tercera coincidencia.
Son señales divinas. Yo lo sé.
En la foto: escarabajo de la patata (Leptinotarsa decemlineata Say, 1824).

jueves, 15 de mayo de 2008

Dios tiene una inmoderada afición por los escarabajos


A J.B.S. Haldane le deben mucho los genetistas y los biólogos evolutivos. La humanidad estera le debemos una de las respuestas más lúcidas a la pregunta de unos teólogos sobre qué podía deducirse de la obra del Creador a partir de un estudio de las obras de la Creación: «Dios tiene una inmoderada afición por los escarabajos».
Según Nigel E. Stork, entomólogo del Museo Británico, el número total de especies formalmente nominadas de animales y plantas (con exclusión de los reinos diversos de hongos, las bacterias y otros organismos unicelulares) se acerca en la actualidad a 1,82 millones. De esta cantidad, más de la mitad son insectos (el 57 por 100)... y cerca de la mitad de todas las especies descritas de insectos son escarabajos. Así, los escarabajos representan alrededor del 25 por 100 de todas las especies descritas en los reinos vegetal y animal.
Kenneth Kermack, amigo de Haldane, escribe en una carta en The Linnean (agosto de 1992):
Haldane estaba planteando una cuestión teológica: es muy probable que Dios se preocupe por reproducir su propia imagen, y sus 400.000 intentos para producir el escarabajo perfecto contrastan con su descuidada creación del hombre. Cuando nos encontremos cara a cara con el Todopoderoso se parecerá a un escarabajo y no al doctor Carey [el arzobispo de Canterbury].

Del ensayo «Una especial afición por los escarabajos» de Stephen Jay Gould, en el libro Un dinosaurio en un pajar. Ed. Crítica, Barcelona, 1997.
En la foto: ejemplar de Hylobius abietis.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Fetichismo ectoplasmático



En la foto, 2 de octubre de 1928, la médium Dorothy Henderson en una sesión espiritista, tomada de ambas manos para prevenir una acción fraudulenta, se pone la falda perdida de ectoplasma.
Sí, la foto inquieta. Llevo un rato mirando qué es lo que me inquieta y llego a la conclusión de que me inquieta todo. Las cortinas que cubren parte del cuerpo de la médium, como la yegua blanca del cuadro de Füssli; las dos manos de los testigos en postura barroca y los brillos en el pulpejo de la mano derecha; la punta brillante del zapato de la derecha; los zapatos de hebilla de la médium; las medias brillantes; la cabeza caída al estilo ringu mostrando el nacimiento del pelo y el respaldo de la silla tachonado con ese brillo en la piel de la tapicería y el suelo de tablas. ¿El ectoplasma? bueno, el ectoplasma es lo de menos. Es más, si eliminamos el ectoplasma la foto queda igual o más inquietante.

domingo, 11 de mayo de 2008

Carne y pescado


Alicia, la bella carnicera del puesto 41 del mercado, fileteaba con desgana una enorme pieza de ternera. José, el mozo pescatero del puesto de enfrente, la miraba de reojo mientras apilaba las cajas de calamares en el mostrador. Alicia ahora pesaba un kilo de hígado de cerdo, José escamaba una merluza.
—¿Estos calamares son de anzuelo?
—¿No ve que son de anzuelo? si fueran de arrastre que iban a tener así de bien la piel.
José amaba a Alicia. Alicia partía con un golpe certero una cabeza de ternasco por la mitad.
—No me pongas las vísceras del pollo, que no las uso.
—No, si ahora ya vienen limpios.
—Vale.
—¿La molleja tampoco?
—La molleja sí.
Un día José se armó de valor y escribió con sardinas sobre el mostrador inclinado la frase «Alicia ¿quieres ir mañana al cine conmigo?», punteando sobre las íes con perejil.
Alicia, que algo barruntaba desde hacía meses pues cada vez que levantaba la cabeza se encontraba con José mirándole de reojo y bajando la cabeza de golpe como si tuviera un mal en el cuello, escribió sobre el mostrador un bonito «SÍ» con dos intestinos gruesos de vaca. Ese fue el inicio de una hermosa historia de amor. A los dos años se casaron, tuvieron tres hijos y los once años de divorciaron. Luego Alicia volvió a casarse y José tuvo tres novias, vendió su pescadería, que era herencia familiar, y montó un bar, que le medio va, sobre todo los fines de semana y cuando hay partido.

En la foto: jóvenes ayudantes de quirófano del hospital de St. Andrew de la ciudad de Circa posan desenfadadas y sonrientes ante la cámara con sus mascarillas de trabajo (1809).

Una enorme cantidad de células adiposas

Pocas veces el Diccionario de la Real Academia Española (a partir de ahora RAE, aunque el texto que encierran estos paréntesis sea de poca importancia, pues no voy a volver a nombrar el Diccionario de la Real Academia Española en toda la entrada. [Pueden olvidarse de esta apostilla, en parte por lo anteriormente expuesto; en parte porque es una apostilla falsa]), como iba diciendo, pocas veces el Diccionario de la Real Academia Española (y lo repito, porque tras la lectura del texto entre paréntesis anterior igual ya no recuerdan el principio de la frase [esta apostilla sí que no miente]) nos deja entrever las angustias personales del autor de la descripción de una voz, pero a veces se encuentran. En el caso que nos ocupa, al autor le preocupa el volumen de su panza, o así lo parece, con esa última frase que más que aportar información lo que hace es un extraño juicio que no sé muy bien de dónde le sale. A saber, la voz es mesenterio, un sinónimo de entresijo:

mesenterio.
(Del gr. μεσεντέριον).
1. m. Anat. Repliegue del peritoneo, formado principalmente por tejido conjuntivo que contiene numerosos vasos sanguíneos y linfáticos y que une el estómago y el intestino con las paredes abdominales. En él se acumula a veces una enorme cantidad de células adiposas.

Richard Feynman tocando los bongós


Lo prometido es deuda y prometí que en el día de hoy, 11 de mayo, cumpleaños de Richard Feynman (1918-1988), pondría una foto de Richard Feynman tocando los bongós. Y aquí la tienen. No me digan que no es bonita.

miércoles, 7 de mayo de 2008

La Barnes Brass Band en el parque Farnworth (2ª versión)

La Barnes Brass Band
En el parque Farnworth
Ha terminado su concierto.
Todo un éxito.
Ellos miran quietos
Pero aún no saben
Que el gran cello les acecha.
Está ahí
Justo encima de la orquesta.
El gran cello les dice «esperad»
Y ellos esperan quietos.
El jardinero inconsciente
Señaló a dos de ellos
«Éste y éste».
El gran cello se frotaría las manos
Si tuviera manos.

En la foto: La Barnes Brass Band en el parque Farnworth, 1899.

La Barnes Brass Band en el parque Farnworth



En la foto: La Barnes Brass Band en el parque Farnworth, 1899.
También, bajo los pies de la orquesta, hay un trabajo de jardinería que, por la exposición y por el sepia, nos resulta siniestro. También ha una marca de cinta adhesiva en el centro de la foto. También, al hombre primero de la primera fila comenzando por el fondo a la izquierda parece que le ha atacado el mal fotográfico del El exorcista. 109 años mirándonos quietos.

lunes, 5 de mayo de 2008

La pituitaria

...estaba sentado en una sala de baños y había otro tipo y una chica en la sala. Él dice a la chica: «Estoy aprendiendo a dar masajes y me pregunto si podría practicar contigo». Ella dice que bien, de modo que se sube a una mesa y él empieza con su pie, trabajando en su dedo gordo y presionándolo. Entonces se vuelve a la que aparentemente es su instructora y dice «Siento una especie de hendidura ¿Es la pituitaria?». Y ella responde «No, no es así como yo la siento». Yo digo: «Estás a mil kilómetros de la pituitaria, hombre». Y ambos me miran —Yo me había descubierto, ya ven— y ella concluye: «Es reflexología». De modo que cerré los ojos y aparenté estar meditando.
Richard P. Feynman, del Discurso de la ceremonia de graduación en Caltech (1974).

domingo, 4 de mayo de 2008

El pájaro Chitví-Chitví

Habita en lo profundo de la selva un pequeño pajarito blanquiazul con cabeza roja al que los nativos conocen por Chitví-Chitví y también como Xamaloé-Chitví, que en su lengua significa «el pájaro que repite mejorando» y que tiene la maravillosa particularidad de repetir todo lo que escucha, pero añadiendo mejoras. Dicen que el poeta João Geraldo Bicudo de Souza, durante la expedición Juruá, gritó en medio de la selva el inicio de los que más tarde se hicieran sus más célebres versos:

De la tarda mano a tu boca
y de tu boca a la arboleda
dos caminos cruzados me llevan...


y a los pocos segundos recibió la respuesta del pájaro Chitví-Chitví:

De la tarda mano a tu boca
y de tu boca a la arboleda
dos caminos cruzados me llevan,
el uno, llano y profundo
el otro, de limo y piedra.


Es por ello que dedicara su libro Paisajes y arterias al pajarito:

A mi esposa Mauricinha,
a mis amigos Batista y Lourenço y a Xamaloé-Chitví,
que soportaron con cariño y paciencia mi mal humor
mis angustias, mis manías y mis desvelos
durante la realización de este poemario.

(J. G. Bicudo de Souza, Paisajes y arterias, edición de 1954, São Paulo)

Del pájaro Chitví-Chitví también se cuenta que cuando las mujeres del lugar le gritan una receta de cocina él suele repetirla al pie de la letra, añadiéndole a los ingredientes ora una cucharadita de pimentón, ora unas vainas de cardamomo, ora unos granos de pimienta de Jamaica, mejorando así los guisos y, con ello, la gastronomía de la zona.
El pájaro Chitví-Chitví es un ave asustadiza. Los nativos, para cazarlo, atan en lo alto de los árboles una trampa construida con cañas y liza y en su interior colocan un cuenco lleno de cerveza, pues parece que el sabor amargo atrae al animal. En cautividad, el pájaro Chitví-Chitví vive una media de cuatro años y su rendimiento como ave respondona es muy inferior a cuando vive en su estado salvaje.

viernes, 2 de mayo de 2008

Un «Yo acuso» posmoderno


El 13 de enero de 1898, el escritor Émile Zola publicó en el diario francés L'Aurore su célebre «Yo acuso, carta al presidente de la República». En el artículo, Zola, acusa al teniente coronel Paty de Clam como responsable del error judicial contra Dreyfus y al general Mercier por haberse hecho cómplice; al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus y no haberlas utilizado; al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen; al general Pellieux y al comandante Ravary por realizar una información infamante; a los señores Belhomme, Varinard y Couard, peritos calígrafos, por sus informes engañadores y fraudulentos; a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en dos diarios, una campaña abominable para cubrir su falta y al primer y segundo Consejo de Guerra contra el capitán Alfred Dreyfus (de origen judío-alsaciano), condenado a cumplir cadena perpetua en la isla del Diablo (Guayana francesa) por alta traición.

En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia. Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente. Así lo espero. (últimas líneas del «Yo acuso», el texto completo aquí).

Ahí es nada. Zola fue condenado por difamación a un año de cárcel y a una multa de 7.500 francos, que pagó Octave Mirbeau, escritor dreyfusista, anticlericalista y antimilitarista. El mismo día de la publicación, la policía detiene al teniente coronel Picquart. En 1906 Alfred Dreyfus fue exonerado y reintegrado en el ejército con todos los honores.

La revelación del escándalo en Yo acuso (J'accuse), un artículo de Émile Zola en 1898, provocó una sucesión de crisis políticas y sociales inéditas en Francia que en el momento de su apogeo en 1899, revelaron las fracturas profundas que subyacían en la Tercera República Francesa. Dividió profunda y duraderamente a los franceses en dos campos opuestos, los dreyfusards (partidarios de Dreyfus) y los antidreyfusards (opositores a Dreyfus). Reveló también la existencia en la sociedad francesa de un núcleo de violento nacionalismo y antisemitismo difundido por una prensa sumamente influyente. El caso se convirtió en símbolo moderno y universal de la iniquidad en nombre de la razón de Estado. (Wikipedia).

Abril del año 2008, la periodista del corazón Chelo García Cortés publica su libro Yo acuso, obra en la que, según pone en la contraportada, acusa:

...a los que vivimos de contar lo que pasa porque, a veces, nos pasamos. Yo acuso de que nos dejamos llevar por la fuerza de un titular sin colocarnos en la piel de quien es objeto de nuestras informaciones u opiniones. Yo acuso a quienes sentados en el sofá del salón piden más sangre. Yo acuso a quienes maltratan y se defienden en un plató cobrando por mentir. Yo acuso a quienes les pagan. Yo acuso a quienes les entrevistamos, por no abandonar ese plató. Yo acuso a quienes se inventan que han sido maltratadas, difuminando el terrible dolor de cuantas otras sufren de verdad semejante situación. Yo acuso de que cobren por inventarse algo así. Yo acuso de que les paguen por ello. Yo me acuso por no rebelarme cada vez que algo así ocurre y por no hacer huelga de preguntas.


Ahora, díganme si no nos estamos volviendo tontos todos. Pero tontos tontos.

jueves, 1 de mayo de 2008

Amor de padres

Cuando F. nació, guardamos el cordón umbilical en un pañuelo de hilo con puntillas e iniciales bordadas que, delicadamente, tejió mi abuela, entre otras cosas, para mi ajuar de bodas. También guardamos su primera pelusa, que el doctor nos recomendó cortar para que al niño le creciera el pelo fuerte y sano (y tanto que le creció, que las mujeres me paraban por la calle muertas de envidia al ver al niño con esos rizos tan lindos y tan rubios, que me decían que parecía francés). También todos sus primeros dientes de leche, que le cambiábamos por unas monedas entremetidas bajo la almohada. Los recortes de sus uñitas, de las manos y de los pies. Sus primeras gafas, enmendadas en el puente con esparadrapo. Guardamos también toda su ropa de bebé, el traje de la primera comunión con sus zapatos y sus primeros pantalones largos. Sus cuadernos y lápices, mechones de pelo que M. hurtaba y metía en el bolsillo de la bata cuando el niño se dejaba cortar el pelo. Sus libros, apuntes y las cartas de sus primeros amigos. Una bolsa de deporte, dos cajas de cartón y varios álbumes llenos de fotos. Todos los juguetes que le compramos y los que le regalaron. Su primer chupete, su primer biberón y el sacaleches. Un gorrito precioso de perlé con bordados de patos (una mamá pata con capota y tres patitos corriendo tras ella) que le hizo la tía abuela y que sólo llevó un par de veces porque le quedaba pequeño y le hacía unas feas marcas en la frente. Sus calcetines, sus pijamas, su carnet de la biblioteca y su cartilla infantil de la caja de ahorros. La escayola llena de firmas de compañeros que llevó durante cuarenta días en el brazo derecho cuando se lo fracturó por tres sitios en unos campamentos en Elche. El parche que llevó en el ojo izquierdo a los cuatro años para corregir el estrabismo y el cartoncito de su primer análisis de sangre. El carnet de la piscina, sus gafas, aletas y el tubo de buceo y dos latas de cerveza llenas de bolígrafos y rotuladores. La cadenita con la cruz, el anillito, el misal y el reloj de la primera comunión y la chapa de oro con su nombre, apellidos y grupo sanguíneo. F. se fue de casa hace dos años y aquí, para no sentirnos solos, hemos modelado con barro y venda de escayola su cuerpecito tal y como era de niño. R. se entretuvo vistiéndolo y cosiendo y peinando cada uno de los mechones de pelo sobre la cabeza con primoroso cuidado; yo le coloqué, uno por uno, cada uno de los dientecitos, cuando el barro aún estaba húmedo. Y sus gafitas, que parece que nos mira a través de ellas. Así, vestido, sentado frente a la mesa del comedor, con las manos posadas sobre sus rodillas, nos hace sentir que aún está con nosotros. Todos los días le ponemos el plato, la servilleta con su servilletero, los cubiertos y el vaso de agua y le servimos la comida como a los demás. Todos los días, M. peina sus cabellos con agua de colonia. Ayer, durante la cena, dijo en bajo que no quería las coles de bruselas. Nunca le gustaron las coles de bruselas. En bajito, lo dijo muy bajito. S. dice que son imaginaciones mías. Yo lo oí (no son imaginaciones mías). Esta mañana me levanté temprano para sacarlo de la cama y vi que se le había caído su primer diente de leche. Se lo he cambiado por una moneda que he colocado bajo su almohada.