viernes, 19 de octubre de 2007

La canción de Molly Malone cantada por un berberecho (traducción libre)


Nada se pudo hacer esa luminosa mañana
En la alegre y ruidosa ciudad de Dublín
De Molly, la guapa, la hermosa pescadera
Bien sabíamos que era una muchacha muy sana y vital
Pero de pronto unas terribles fiebres
La llevaron al otro lado del muro.

Chorus: Estamos vivos, bien vivos
Vivos, bien vivos
Los berberechos y mejillones cantamos esta canción.

Fred el berberecho y Barry el mejillón
Pusieron mucho empeño en salvar a la bella
Tanto tiempo nos tuvo en su regazo
Que era para nosotros algo más que una pescadera
Pero de nada sirvieron nuestros cuidados para calmar sus fiebres
En mitad de la plaza del mercado Molly cayó.

Chorus: Estamos vivos, bien vivos
Vivos, bien vivos
Los berberechos y mejillones cantamos esta canción.

James el berberecho fue en busca del doctor
Y entre todos los mejillones la arropamos con una red
Para que no sintiera el frío del suelo de la calle
No podíamos suponer que esa red fuera su mortaja
Pues cuando vino el doctor dijo «Ya es tarde».

Chorus: Estamos vivos, bien vivos
Vivos, bien vivos
Los berberechos y mejillones cantamos esta canción.

Ahora nuestros fantasmas de berberechos y mejillones
Lloran la pérdida de la hermosa y dulce Molly
Y empujamos el carro por anchas y estrechas calles
Para que nadie de Dublín olvide
Que por aquí antaño una hermosa pescadera
Nos llevaba de paseo a conocer mundo.

Chorus: Estamos vivos, bien vivos
Vivos, bien vivos
Los berberechos y mejillones cantamos esta canción.

martes, 16 de octubre de 2007

Una buena idea en el año 1920


En 1920 el escritor checo Karel Čapek andaba dándole vueltas a qué nombre darle a los humanos artificiales de su obra R.U.R. (en ese momento, aún sin título). Probó con las palabras Ratko, Minosi, Atrura, Simpoba (y también Simpova), Ribro, Trottko, Srobo, Trisbo, Candelieri, Rotibno, Mechanitki, Mechanekeii, Smovepa, Orboski, Trumbo, Spagate, Tingu, Smersko, Kpudeva y Rochtinuo, pero ninguna de ellas le convencía. Su hermano Josef, que en ese momento miraba el manuscrito por encima del hombro de Karel mientras secaba unos platos de loza le dijo: «¿y si pruebas con la palabra Robot?», y a Karel al principio no le gustó mucho, pero luego lo repensó y se dijo para sí «mira, sí, Robot, Robot está bien».

En la foto: miembros de la Theremin Electric Symphony Orchestra interpretando una pieza de Haydn con sus cellos eléctricos durante su concierto debut en el Carnegie Hall de Nueva York.

viernes, 12 de octubre de 2007

Dos amigos


Sir Arthur Conan Doyle y Harry Houdini se conocieron un nuboso día de 1920. Houdini había visto el retrato del escritor en periódicos y gacetas, fotografías de busto o sentado en un sillón mirando a un lado. Comparó sus recuerdos de las imágenes fotográficas, pequeñitas e impresas a una tinta, con la presencia del escritor, ahí en persona, y se dijo para sí: «qué hombretón». Houdini, por pequeño y elástico, tenía facilidad para deslizarse dentro de chaquetas, camisas de fuerza, cuerdas, correas y cadenas; Conan Doyle no. Se cuenta que Conan Doyle admiraba a Houdini como médium y Houdini le decía que no, que de médium no tenía nada, que era todo truco y tramoya, pero Conan Doyle, que era como un perro lanudo ovejero montañés, firme en sus convicciones y testarudo como él solo, pensaba para sí que Houdini le engañaba y que no le decía toda la verdad. Hasta lo invitó a una sesión espiritista en su casa, en la que su señora, la señora de Conan Doyle, le escribió automáticamente un tocho que según ella venía de su madre recién muerta, pero Houdini seguía erre que erre con que no, que su madre sólo entendía el idish, que es como escribir en alemán pero con caracteres hebreos, y la mujer de Conan Doyle escribía en perfecto inglés. Mala suerte. Así pasó el tiempo y la comadreja se hizo amiga del perro pastor: Conan Doyle pensando que su amigo no le decía toda la verdad y Houdini pensando que lo mejor de Conan Doyle era cuando mudaba de perro ovejero a pastor alemán, aunque, en persona, eso sucedia contadas veces. «Tu no me dices todo lo que sabes» le decía Conan Doyle, y Houdini le contestaba que sí, que no había más. «Que no, que yo sé que te guardas cosas» le decía Conan Doyle, y Houdini al final le decía que sí, que algo le guardaba, pues le daba gusto ver a ese hombrote hecho y derecho mirándole como un crío con el brillo iluminado de veinte focos en los ojos, esperando que en cualquier momento sacara de su bolsillo o de su boca un conejo, una paloma o un pañuelo de colores.